A veces le temía. Otras le deseaba. Y, en ocasiones, le despreciaba. Y sin embargo, aun sabiendo lo que era y lo que anhelaba, no podía evitar amarle.
Jamás olvidaré la magia de su abrazo, el irresistible magnetismo de sus ojos cuando me miraba o cómo era girar en la pista de baile entre sus brazos. Me estremezco de gozo cuando recuerdo la embriagadora sensación de viajar con él a la velocidad de la luz y el modo en que me hacía jadear con inimaginable placer y deseo con solo rozarme. Pero lo más asombroso fueron las interminables horas que pasamos conversando, esos momentos robados en los que desnudamos mutuamente nuestro ser más íntimo y descubrimos todo cuanto teníamos en común.
Le amaba. Le amaba apasionada y profundamente, desde lo más recóndito de mi alma y con cada latido de mi corazón. Hubo un tiempo en el que podría haber renunciado, sin pensarlo dos veces, a esta vida humana para estar a su lado para siempre.
Y sin embargo...
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