Cantar a pleno pulmón. Pisar el césped con los pies descalzos. Comer nocilla con los dedos de las manos. Hacerte gritar. Los besos de esquimal. Y los de mariposa. Reir hasta que me duela la barriga. Bailar bajo la lluvía. Saltar más alto que nadie. Tirarme a la piscina con ropa. Hacerme pasar por guiri. Ser feliz. Poner la música alta hasta que se quejen los vecinos. Viajar. Quitarte la ropa. Leer la Sombra del Viento. Que me hagas cosquillas. Subir en montañas rusas. Perderme por el bosque. Desayunar donuts de chocolate. Escuchar los susurros del viento. Coleccionar secretos. Las tardes de invierno. Subir hasta el cielo. Comerte a besos. El sonido de la lluvia. Patinar sobre el hielo.

lunes, 30 de agosto de 2010

El más mejor del mundo

Su nombre era Leo, y siempre iba al menos tres pasos por delante de ella. Le encantaba corretear detrás de mariposas cada vez que iban por el campo.  Y a las mariposas parecía no importarle, porque jugueteaban con él, posándose en su nariz y cruzándose por delante de sus ojos.
Leo tenía un ojo de cada color. Ella no sabía por qué, pero le encantaba que fuera así, uno negro, el otro verde oscuro. Era algo que le hacía especial.

Y es que Leo era especial, porque nunca la dejaba sola. Y cuándo digo nunca, es nunca. El día en que ella se enteró que su padre había fallecido en un accidente de moto, él durmió junto a sus pies. El día en que ella llegó gritando de alegría a casa porque se acaba de graduar con matrícula de honor, él durmió junto a sus pies. El día que fueron al lago Bornes, él la acompañó durante todo el camino, con la cabeza recostada en sus piernas. El día en que en la cama de ella también dormía Marcos, él se tumbó en el suelo para seguir a su lado. El día en el que ella cumplió 20 años y llegó borracha a casa, él durmió junto a sus pies. Y el día en el que entró llorando y tirándolo todo por los suelos, él durmió junto a sus pies.

Marcos ya no dormía junto a ella, pero Leo sí. Porque Leo, era el más mejor bulldog francés del mundo.